En mis historias, acostumbro hablar mucho de cuando me metí en una racha de problemas… de todo tipo. Una etapa de mi vida difícil en muchos aspectos y la vez grandiosa: llena de mucho aprendizaje, mucho apoyo y amor que llegó a mi vida de la mano de distintas personas.
Una de esas personas es una mujer admirable que me enseño, a puro ejemplo, lo que significa el valor, la constancia y la bondad humana. Cuando me quedé sin un solo peso, en estado de shock y sintiéndome más víctima que nunca, acabé sentada frente a ella contándole todas las maneras en las que me había equivocado.
– No llore- me dijo esa sabia mujer cuando terminé la historia y mientras gruesas y dramáticas lágrimas me corrían por las mejillas- no llore porque tenemos mucho que hacer y hay que ponerse a trabajar.
No le hice caso y no deje de llorar. No deje de llorar como en 6 meses, mientras esa buena mujer con la sabiduría de una empresaria que es a la vez madre, me apoyaba haciéndome trabajar para ganarme cada peso que necesitaba para comer, pagar la renta e ir saliendo al menos un poco de cada lío en el que me había metido.
– ¿No has comido verdad? – me preguntaba casi todas las tardes, cuando me veía llegar corriendo a la oficina junto a la suya. Ahora se me ocurre que quizás no tenía que contestarle, en esos años llegué a estar increíblemente delgada pero mi rostro permitía ver que no era una delgadez sana ni normal. Ella no esperaba respuesta de mi parte; siempre tenía algo de comida para mí: fueran desde cacahuates o baguettes de la cafetería de junto hasta exquisitos platillos que ella misma preparaba.
Yo me lo comía todo y entonces me descubría divertida y feliz.
De alguna manera en la que aún no logro entender, esa grandiosa mujer me convenció de ir a un montón de eventos y lugares a los que yo realmente no planeaba ir. Me presentó a un montón de mujeres y hombres de éxito, de todas partes de México, en un montón de lugares; en la mayoría de los cuales ella pago todo lo necesario. Al presentarme con tantos personajes, me ayudó a mantener encendida en mí la llama de emprender a pesar de todo mi miedo y depresión.
– ¿Ves que todos nos la hemos visto difícil alguna vez Susanita?- me decía cuando regresábamos de alguno de esos viajes, en los que habitualmente se contaban muchas historias personales- así que no se crea usted esa novela dramática que se arma a veces en su cabeza.
No sé cómo tenía acceso a mi cabeza, pero tenía razón.
Su dualidad me sorprendía todos los días: podía negociar con fiereza por teléfono y empezar a jugar con su silla de rueditas apenas colgaba; o salía de una junta llena de debate y se ponía a bailar apenas cerraba la puerta de la oficina. Se reía a carcajada limpia de mis “cursos de superación” y a la vez respetaba mi proceso de auto sanación; convivía con mi novio de aquel entonces con una gracia increíble para después, suave y respetuosamente, explicarme porque ella consideraba que ese hombre no me convenía. Y luego me hablaba de su Rey Azúl que la llevaba a bailar para recordarle que los cuentos de hadas sí son posibles y existen.
– La vida es una fiesta Susanita- me decía- ¡y que bueno porque a mí me gusta mucho el baile!
Pasé con ella unos meses geniales. Yo me sentía un vil e inútil asistente pero ella siempre se encargó de recordarme que era mucho más que eso:
– Tú no eres mi achichincle ni el de nadie – me dijo una vez cuando le dije que otra persona quería darme ordenes pero no sabía si obedecerle porque yo era solo su “achichincle”, usando esa palabra despectivamente conmigo misma – tú eres una emprendedora en una mala racha y que no se te olvide ¡las malas rachas también pasan solo hay que trabajarle!
¡Y ay como me hizo trabajarle! Me hizo trabajar tanto que me ayudó a recordar lo mucho que me gustaba diseñar, me dio una libertad creativa maravillosa y convirtió ese pequeño espacio en un santuario, lleno de música, té, cacahuates y diseño. Al mismo tiempo, fue una de las personas que me impulsó a no dejar atrás jamás mi empresa, a no rendirme, a lucharle contra todo lo que yo misma me había creado como obstáculos.
Cuando me fui de su oficina, apenas un par de meses después, tuvimos un debate acalorado al respecto. Quizás ni yo quería irme pero sabía que tenía que hacerlo. Fue UNO de nuestros tantos debates y discusiones. A pesar de ser mayor que yo en rango, en edad y experiencia y muchas otras cualidades, nunca menosprecio mi derecho a debatirle y aunque llegamos a enojarnos varias veces, en ella siempre estuvo la sabiduría de enseñarme a reírme del asunto.
– ¿Ya vas a dejar de estar de diva? – me dijo otro día, cuando creyéndome el papá de los pollitos me fui a poner otra empresa que se anunciaba exitosa. Tuvo cuidado de no mencionar a mi pareja, aunque las dos sabíamos que tenía ganas- te tengo un buen trabajo si lo aceptas.
Y lo acepté. Me consiguió un buen trabajo para esa, mi segunda empresa. Y al darme el sustancioso cheque de pago, me susurro sabía y misteriosa:
– Este cheque es tuyo- no lo dividas.
Pero a mí me gustaba, como aún me gusta a veces, experimentar en mis propios zapatos. Dividí el cheque. Y un par de meses después, le conté nuevamente dramática, con gruesas lágrimas en mis mejillas que el amor de mi vida había resultado no ser el amor de mi vida… de nuevo. Y ella me escuchó empática, comprensiva, aguantándose el “te lo dije” que apenas se dio el lujo de decirme 1 año después, una vez estuvo segura de que ya había superado todo ese asunto.
Y nos reímos a carcajadas de mis rachas de corazones rotos, con el café capuchino italiano a punto de regarse por tantas risas.
Durante ese par de meses que estuve junto a ella, aprendí mucho. Aprendí lo que es la verdadera bondad de corazón cuando la vi darle a montones de personas una segunda oportunidad (yo incluida). La escuché hablar con el tacto que a veces no tengo y después sentí esa misma amabilidad conmigo al decirme “No pasa nada” después de haberle dicho una de mis famosas tarugadas en un momento de ofuscación. Y me ayudo, poco a poco, a volver a confiar en los otros.
– No juzgues tan duramente algo que no comprendes Susanita. Mejor acepte usted que no lo comprende.
La vi mediar en tantos grupos y organizaciones sin perder la compostura. Y siempre que regresé después de uno de “mis desplantes de diva” la encontré con los brazos abiertos para recibirme. La vi creer en causas que yo creí imposibles y que ella me demostró que no solo eran posibles sino muy exitosas. La vi mediar entre un montón de mujeres empresarias sin despeinarse ni un cabello y resurgir airosa de cada reto, sin guardar ni una pizca de rencor ni de miedo.
-Es usted una mujer líder de líderes- le dije uno de esos días, admirada de todo eso.
– ¡Ay Susanita ya no inventes y mejor ya dime que vas a desayunar! – Exclamo a las carcajadas, en el restaurante junto a la oficina que se convirtió sin querer en nuestra sala de juntas preferida- yo quiero los Hot Cakes pero les voy a pedir que les pongan jamón porque si no, no me gustan.
Me abrazó en mi primera conferencia y estuvo ahí en una de las últimas, abrazándome también al final. Se me hizo un nudo en la garganta.
-Estoy orgullosa de ti…. ¡pero no te me vayas a poner de nuevo de diva!
Y tanto se carcajeo de mí que me hizo reír también a mí. Y al reír, desapareció mi nudo en la garganta.
Feliz cumpleaños, líder de líderes.
Hola, tu historia es buena, saludos
Gracias! Te agradezco mucho que pasaras a leer mis historias. ÉXITO