Aunque de niña y adolescente disfrutaba mucho escribir, al llegar a la edad adulta lo consideré innecesario.
– Menuda estupidez la de escribir poemas- me dije en voz alta, leyendo de vez en cuando a Benedetti, Acuña y Sor Juana.
Con el corazón roto y enojada un poco con la vida, subasté en las redes sociales mi antología de poemas: no hubo respuesta, así que tome ese y todos los libros de mi departamento y salí a la calle, a regalarlos uno por uno. Arranqué antes, con dolor y saña, las dedicatorias de cada ejemplar y tiré directamente a la basura, aquellos que me provocaban más recuerdos. Esos que no pude regalar ni me atreví a tirar, los dejé como huérfanos abandonados en una de las librerías más conocidas de la ciudad.
-No podemos pagártelos en este momento- me dijo el chico que atendía- no se encuentra el encargado.
-No buscó que me los pagues-contesté dejándolos sobre una pila de otros libros viejos-solo quiero deshacerme de ellos.
Nada de eso me servía en la vida real, pensaba, así que era momento de olvidarlo.
– No tengo tiempo ya para estás cosas- me dije después y abandoné en casa de mis padres, los cuentos de los hermanos Grimm, los de Hans Christian Andersen y todos los relacionados. Incluso, abandoné la magia que tanto me había enganchado de la pluma de J.K. Rowling.
Poco a poco, dejé también de dibujar, de leer. Me volví completamente un adulto según mis propios estándares. Se me olvido incluso que había elegido una profesión que necesitaba que dibujara, leyera y escribiera; que siguiera cultivando para siempre mi creatividad.
Y como se me olvidó, pagué las consecuencias.
Regresé a los libros poco más de un año después al tener una tarea asignada.
-¡Tarea! ¡Tarea YO!- exclamaba en mi cabeza, incrédula y molesta ante la mirada sin juicio de mi mentora, líder, coach espiritual y emocional- No es posible que perdamos el tiempo con esto.
-Haz la tarea- me contestó esa buena mujer como si leyera mi mente y quizás leyendo mi energía- hazla y después hablamos si es una pérdida de tiempo.
Me senté a leer a Osho, a Neale Donald Walsch y a John C. Maxwell. Descubrí tantas cosas que hice la tarea sin pensar que era tarea.
Volví a leer. Y poco tiempo después, se me presentó la opción de volver a escribir.
Mi intención al principio fue compartir lo absolutamente necesario, ¿Para qué hablar de mi si podemos hablar de negocios? Por eso, la primera vez que alguien me invitó a escribir me resistí durante semanas y cuando mi entonces socio me presentó la opción de escribir en un medio digital, hice lo mismo.
Cuando finalmente me animé a hacerlo, me concentré en cuestiones académicas, en conceptos de imagen y de mercadotecnia. Mi primer artículo no vio la luz, debido a lo técnico que resulto. Me senté, días después, decidida a intentarlo de nuevo. Ante el documento en blanco frente a la computadora recordé la voz de mi maestra de redacción mezclada ahora con la voz de mi mentora espiritual y emocional:
-No lo pienses demasiado, esto no se trata de pensar.
Y así, obtuve como resultado un artículo mucho más sencillo lleno de historias. Y la respuesta me sorprendió porque mi bandeja de entrada empezó a saturarse de comentarios, preguntas y agradecimientos. Irónicamente, mis lectores no se habían centrado tanto en lo técnico, en los nuevos conceptos que les presentaba y explicaba. No, se habían concentrado en la historia detrás y, de alguna manera que en ese momento no comprendí, habían encontrado buena energía y fuerza en ella.
Que increíble y maravillosa sorpresa fue descubrir eso. Que hermoso regalo de la vida.
¿Qué área de mi vida me define? Muchas, tengo distintas facetas, cada una de las cuales empiezo a aceptar más amablemente. Unas por supuesto, son privadas y así deseo que se mantengan.
¿Qué faceta quiero compartir? – Me pregunté entonces- y a mi cabeza llegaron por supuesto las respuestas de siempre:
– Negocios, las dos empresas. Los distintos proyectos de cada una.
Me detuve sin embargo un momento y escuché con más detenimiento a mi corazón. Y mi corazón me hizo rememorar que en cada artículo que he escrito para un medio impreso o digital, en cada conferencia grande o plática pequeña en la que he podido participar, en cada plática informal que he tenido con empresarios y emprendedores, en cada email que me ha llegado después de distintos estados de México e incluso de distintos países, existe algo que realmente logra atraer y apoyar a muchas más personas:
– Las historias, mi experiencia, la vida misma.
Y la vida volvió hablarme hace un par de días cuando, saliendo de un pequeño evento donde pude participar como jurado en varios proyectos de jóvenes, una de las chicas de 17 o 18 años se me acercó y me dijo:
– Se ve que usted no tiene miedo, es valiente y va por sus sueños…
-Ser valiente es sentir miedo y actuar a pesar de eso- le contesté- y sí voy por mis sueños.
Ese día regresé a mi departamento, saqué mi tarjeta y con un poco de miedo pero decidida, tecleé mi propio nombre y compré este dominio web. Una loca idea no se detiene.
Aún no he vuelto a dibujar.
me gusta como escribes. Ser valiente es sentir miedo y a pesar de ello actuar, .. ¡ de acuerdo¡
¡Gracias! Y así es, vamos a actuar 😀